Tercera parte: Identidad de género

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Esta traducción se ofrece como un servicio a nuestros lectores; la versión oficial de este informe, en Inglés, se puede encontrar aquí.

El concepto de sexo biológico está bien definido y se basa en las funciones binarias que desempeñan hombre y mujer en la reproducción. Por eso se suele decir que el sexo es “lo dado por biología,” “lo biológico,” definido por dos identidades genéticas y anatómicas, la del varón y la de la mujer. En cambio, el concepto de género no está así de definido y, de manera general, se suele interpretar que se refiere a conductas y atributos psicológicos habitualmente típicos de uno u otro sexo. Se suele entender por variables de género las características, atributos, roles que pueden desempeñar hombres y mujers fruto del contexto cultural donde se desenvuelven. Ejemplos típicos de variables de género, también llamadas a veces variables de contexto cultural, son cuidar a los dependientes, trabajar fuera o dentro de casa o en determinadas profesiones. Lamentablemente se usa a veces de manera indiferente las palabras sexo y género, creando así una confusión sobre sus definiciones. Algunos individuos se identifican con un sexo que no se corresponde con el suyo biológico (un varón, por ejemplo, se puede sentir “mujer”; las causas de este fenómeno llamado de “identificación cruzada de género” siguen sin comprenderse adecuadamente. Por el momento, los estudios para analizar si esas personas transgénero comparten ciertas experiencias o características fisiológicas con el sexo opuesto — como, por ejemplo, estructuras cerebrales o una exposición atípica a hormonas prenatales — siguen sin ser concluyentes. En ocasiones, la “disforia de género” en adultos (un sentimiento de incongruencia entre el sexo biológico y el género del individuo (o el sexo deseado por el individuo), acompañado de una angustia o disfunción clínicamente significativas) se trata con hormonas o cirugía, pero hay pocas pruebas científicas de que esas intervenciones terapéuticas conlleven un beneficio. La ciencia ha demostrado que los problemas de “identidad de género” en la infancia normalmente no perduran en la adolescencia y la edad adulta, y no hay pruebas científicas del valor terapéutico de los tratamientos para retrasar la pubertad. Nos preocupa la creciente tendencia de instar a los niños y niñas con problemas de “identidad de género” a hacer una transición hacia el sexo que prefieren mediante el uso de procedimientos médicos y, después, quirúrgicos. Claramente, es necesario llevar a cabo más estudios en este campo.

 

Tal como se describía en la Primera Parte, existe la creencia generalizada de que la orientación sexual es un concepto bien definido y que es innata y fija en cada persona (como se dice con frecuencia, los gais han “nacido así”). Otra visión en boga y vinculada a la anterior es que la identidad de género también se fija al nacer o a muy temprana edad y puede diferir del sexo biológico del individuo (entendiendo identidad de género como el sentimiento interno y subjetivo de ser hombre o mujer o alguna otra categoría de género). En el caso de los menores, esa visión en ocasiones se articula diciendo que es un niño atrapado en un cuerpo de niña o viceversa.

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